Nací y Crecí En Un Desierto…
Como nací y crecí
En un desierto de boca muy seca
Y manos de piel salitrosa
quebrajada
No comprendo a los arboles
Ni ellos me comprenden a mí
(A veces
Cuando se esconden en la oscuridad
Y se mueven con el paso del viento
Me recuerdan a los espíritus de los mineros
muertos
Que creí haber visto en las minas de salitre
abandonadas
En el norte de Chile
Cuando tenía como diez años)
Más bien
Me es más fácil hacerme amigo de las
piedras
Del mar y sus gaviotas:
Con ellos y sobre el pasto de arena de las
playas
Aprendí a caminar y a amar lo que
amo
Mis cerros
Desprovistos de todos los matices del
verde
Fueron testigos de cómo crecieron mis
piernas
De “shorts” de mocosuelo precoz
A pantalón largo de adolescente
inmaduro
A hombre de camisa blanca y
corbata
Con un trozo de tiza blanca en la
mano
Frente al pizarrón azul del cielo de
Chile
Tres décadas se acercaron a mi
vida
Treinta cortos años
Y decidí atravesar el Océano
Pacífico
Con mi pequeña familia
En busca de la tranquilidad de un país
nuevo:
Australia y su verdor costero
Nos recibió en un inglés que no
sonaba
Como el que habíamos escuchado y
leído
En los textos de los colegio
secundarios
De nuestra tierra de origen
Usar la sombra de un árbol
Para resguardarse del sol
Fue para mí un concepto nuevo:
Un sombrero blanco de alas
gigantescas
Las sombras proyectadas
Por los edificios y las casas
Y kilos de crema de zinc
Sobre la nariz la frente y las
mejillas
Siempre fueron mi amparo de sus
rayos
El jardín de la única plaza de mi
pueblo
Tenía varios fantasmas esqueléticos de eucaliptos y
pimientos
Mal disfrazados de arboles
Y una que otra hierba sin nombre
Permanentemente falleciendo alrededor de
ellos
Regados ocasionalmente
Por un jardinero nacido retirado
Voluntariamente desempleado
Perezoso y olvidadizo vitalicio
Los más pobres del pueblo/ciudad
Cuando visitaban las tumbas de sus seres
queridos
Los primeros de noviembre de aquel
entonces
Les llevaban ramos de flores con pétalos y hojas de
papel
Y tallos de alambre mal pintados a sus muertos
(La abuelita de uno de mis amigos
Del que limpiaba zapatos frente a la oficina de mi
padre
Y tenía el cabello rojizo
La cara cubierta de pecas
Y la boca llena de vulgaridades y
groserías
Le ponía unas gotas de perfume
A los pétalos de las flores
Para que
“Como sus hermanas las flores de
verdad
También tuvieran aroma”
Decía ella
Con una mezcla de resignación y alegría
En su arrugado y sufrido rostro)
Sólo comencé a usar impermeable y
paraguas
A los treinta y un años
Después de un par de meses en
Sydney
Cuando estando en su centro
comercial
(En George Street)
Una tormenta de verano me obligó a
comprarlos
(No sabía cómo abrir un paraguas
Y un transeúnte caritativo
Al verme muy afligido
Me enseñó a hacerlo)
El impermeable MacGregor
Eterno
Indestructible
Aún existe
Y ha sido usado por mis dos hijos
Y hasta algunos de sus amigos
A través de cuatro decenas de años
Cuarenta años sin desierto he cumplido
En este el país que me adoptó en inglés
Y dice quererme con sus dólares
Y su alto nivel de vida:
Los colores de los cerros desnudos de
flora
El silencio más tranquilo del
mundo
El cielo color celeste intenso
El sol con sus rayos gigantescos
La ausencia de lluvias
Los “remolinos” de tierra
interminables
Los espejismos juguetones
Del desierto que me oyó nacer
Me siguen visitando
Cuando cierro los ojos y me alejo
De mi vida diaria de un Sydney
Pavimentado con céspedes
Plantas
Flores
Arbustos
Y eucaliptos dormilones…
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